sábado, 11 de julio de 2015

Guldensporenslag. La Batalla de las espuelas doradas.

Hacía muchos meses que no retomaba esto así que hoy vamos a hacerlo con un poco de Historia de mi país de adopción.

Hoy, 11 de julio se celebra el Feestdag van de Vlaamse Gemeenschap, es decir, el Día de la Comunidad Flamenca y se conmemora hoy y no otro día por ser el aniversario del fin de una de las famosas revueltas que los flamencos, siempre levantiscos, protagonizaron a finales de la Edad Media y ya en época moderna. En este caso concreto finalizó con una batalla que, fiel a la tradición Europea, terminó con varios centenares de caballeros franceses muertos en el barro. Era el 11 de julio de 1302, esto es lo que pasó.

Las ciudades de Flandes habían pasado pocos años antes, concretamente en 1297, a ser vasallas de los reyes de Francia cosa que parece ser que no sentó muy bien por estos lares, no el hecho en si, pues en la Edad Media, todo el mundo era vasallo de alguien (el grito de "libertad" de William Wallace es un invento de Mel Gibson chicos, lo siento) pero lo que si sentó mal fue que Felipe IV  prohibió a los artesanos flamencos negociar directamente con los comerciantes de lana ingleses y castellanos, lo que suponía un golpe fatal a la pujante burquesía artesanal flamenca, sumado el hecho de que se tomase al conde de Flandes, Guy de Dampierre como rehén después de que este firmase una alianza con Eduardo I "el Zanquilargo" de Inglaterra. Felipe IV nombró a Jacques de Châtillon gobernador de Flandes y lo mandó a la cabeza de un ejército a "negociar" con los flamencos y devolverlos a la obediencia del rey colocando guarniciones francesas en las principales ciudades de Flandes. Parece ser que el ejército francés se dejó las reglas de la caballería en sus chateaus en Francia y cometieron todo tipo de tropelías con la población flamenca lo que terminó de crispar los ánimos de los flamencos y condujo a lo que se conoció como "los maitines de Brujas".



                                                            Monumento a Jan Breydel y Pieter Connick en Brujas.

El 18 de mayo de 1302 la milicia de Brujas, liderada por Jan Breydel y Pieter Connick decidieron ajustar las cuentas con los franceses. Durante la madrugada de ese día, se irrumpió en las casas donde se conocía que se alojaban franceses y a todo el que se encontró dentro se le hizo repetir una frase. Aquí hay cierta polémica sobre cuales fueron las palabras exactas, la versión más extendida es que las palabras fueron "schild en vriend", "escudo y amigo" en castellano o "des gilden vriend", "amigo de los gremios". A día de hoy no se ha llegado a acuerdo al respecto aunque la primera idea es la más aceptada. El porqué de estas palabras es, ni más ni menos, que se consideró que ningún francoparlante podría pronunciarlas correctamente (y os aseguro que tras haber oído a varios franceses tratar de hablar flamenco puedo asegurar que el sistema funciona). En resumen, todo aquel que no fue capaz de repetirlas con un aceptable acento flamenco fue pasado a cuchillo. Se calcula que unos dos mil franceses fueron degollados esa noche y solo el gobernador, Jacques de Châtillon y un puñado de caballeros lograron escapar.

Los flamencos no se sentaron a beber cerveza y celebrar la machada, pues sabían de sobra que habían cometido un acto de guerra y que el rey de Francia no lo dejaría pasar así como así, por lo que procedieron a movilizar a sus milicias. Willem van Gulick, nieto del conde de flandes reclutó a unos tres mil hombres en la propia ciudad de Brujas, Pieter Connick reclutó otros dos mil quinientos en sus suburbios y se dirigieron hacía Kortrijk (Courtrai) donde se reunieron con la milicia de Gante, otros dos mil quinientos hombres dirigidos por Jan Borluut y con otro millar de hombres comandados por Jan van Renesse. En total, unos nueve mil milicianos armados y organizados por los gremios.

La milicia flamenca de aquella época, pese a estar integrada únicamente por infantes estaba lejos de ser una panda de desharrapados, al contrario, parece ser que su équipo era de primera calidad. Todos los hombre portaban yelmos de hierro y muchos de ellos cotas de malla como armadura. Por armamento, además de picas, arcos y ballestas portaban el conocido como goedendag (buenos días) consistente en un pesado garrote de madera terminado en una afilada pica de hierro que, pese a su simplicidad, parece ser que era la mar de efectivo contra armaduras pesadas, como así descubrirían pronto los franceses.
Goedendag.

Frente a este ejército de infantes Felipe IV mandó al conde Roberto II de Artois a la cabeza de dos mil quinientos caballeros y hombres de armas, un millar de lanceros, un millar de ballesteros y entre tres mil y cuatro mil soldados de infantería. Si tenemos en cuenta que se consideraba que un caballero valía por diez infantes y lo variado del ejército francés, a priori contaban con la ventaja.

Volviendo a los hechos. El 26 de junio las tropas flamencas se reunieron en Kortijk y pusieron sitio al castillo donde se refugiaba la guarnición francesa, por dos veces trataron de asaltarlo pero ambas veces fueron rechazados y así se quedaron las cosas hasta que llegó el ejército francés. El 11 de julio, unas dos semanas después, ambas fuerzas se encontraron en campo abierto en las afueras de la ciudad. El terreno era, a priori, propicio para una devastadora carga de caballería si no fuera porque los flamencos habían usado esas dos semanas para hacer sus deberes. Las tierras de Flandes son extremadamente húmedas y pantanosas por lo que están surcadas por una muy tupida red de zanjas que drenan los campos y los hacen cultivables. La milicia flamenca dedicó esas dos semanas a cubrir las zanjas con hierbas y palos, así como a desviar parte del cercano río Lys con lo que el terreno del campo de batalla parecía un prado a primera vista, pero era un auténtico fangal, al otro lado del cual los flamencos afilaban sus goedendag.




La milicia flamenca se desplegó formando un amplio semicírculo con los flancos cubiertos por la ciudad y los muros del monasterio y dejando dos fuerzas en reserva, una de ellas encarada hacia el castillo para prevenir una posible salida de la guarnición francesa. Los franceses por su parte, lejos de complejidades tácticas, formaron frente a ellos y se prepararon para dar batalla.

Roberto de Artois, fiel a la tradición francesa, despreció a su propia infantería y, en lugar de mandarla por delante para que reconociera el terreno y agotase al monolítico y tacticamente poco flexible ejército flamenco, decidió meter a esos rebeldes en cintura con una épica y definitiva carga de caballería. Se alzaron los estandartes, piafaron los caballos, relucieron las armaduras al sol de julio y allá fueron los franceses, directos al barro. Pese que la carga alcanzó las lineas flamencas en varios puntos, estas aguantaron, pero en general la jornada fue un auténtico desastre para los franceses. Caballos y caballeros cayeron en las zanjas cuidadosamente ocultas y quedaron atrapados en el barro convirtiéndose en objetivos fáciles y casi indefensos para los vengativos flamencos que habían recibido órdenes de no hacer prisioneros. Este último es un punto un tanto controvertido pues, de acuerdo con las normas de la guerra en la Edad Media, al caballero que se rendía se le daba cuartel y se pedía rescate. Por un lado se ha alegado que, al no ser el resultado de la batalla cierto hasta el final, era mejor no dejar enemigos sanos a la espalda. Otro punto es que, dado que los flamencos no eran caballeros y por tanto no podían esperar piedad, decidieron no otorgarla. El caso es que más de la mitad de los caballeros franceses fueron muertos sobre el campo de batalla, incluidos Jacques de Châtillon, el malogrado gobernador de Flandes, y Roberto de Artois, el general francés, de este se dice que suplicó por su vida pero al parecer, los soldados flamencos, que no hablaban francés, no le entendieron.

          Roberto de Artois en el momento de ser desmontado, nótese el goedendag que empuña el infante flamenco.                Ilustración cortesía de los amigos de Osprey Publishing.

Entre las bajas francesas se contaron el condestable de Francia, Raoul de Clermont; el mariscal de Francia, Guy de Clermont; Simon de Meloun, señor de La Loupe y Marcheville; Jean de Poitou, señor de Aumale; Pierre de la Flotte, consejero principal de Felipe IV y otros señores.

Tras el combate, las milicas flamencas tomaron las espuelas de oro, símbolo de la caballería, de los caídos y las colgaron de sus estandartes, lo que dió nombre a la batalla para la posteridad.

A nivel histórico, Flandes siguió cambiando de señores a lo largo de los siguientes quinientos años hasta que se constituyera como nación con la vecina Valonia en 1830, pero la Batalla de las Espuelas Doradas permanece entre los flamencos como motivo de orgullo y es a día de hoy su principal fiesta nacional. En el resto de Europa el resultado tampoco pasó desapercibido y señaló el lento declinar de la caballería en pro de un infantería disciplinada y bien armada. Doce años después los escoceses en Bannockburn confirmaron que la fórmula funcionaba y se fue puliendo a lo largo del siglo. Poco a poco los caballeros comprendieron que su tiempo había terminado y en algunos ejércitos como el inglés, comenzaron a combatir a pie con óptimos resultados. Los franceses, por su parte, no aprendieron nada y doscientos veintitrés años después aún lanzaron la última carga de la caballería medieval que terminó con un rey de Francia hecho prisionero por un humilde soldado guipuzcoano, pero esa, es otra historia.

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